Opinión / ¿A quién le duele una desaparición? El caso de Jorge Hernando Uribe y el silencio que normalizamos

 

Opinión / ¿A quién le duele una desaparición? El caso de Jorge Hernando Uribe y el silencio que normalizamos    Foto : Juan Carlos Uribe  Bejarano 

Por: Paulina Arango M

Nos toca escribir con el corazón encogido y la conciencia agitada. Hace apenas unos días, en Cali, fue encontrado sin vida el cuerpo de Jorge Hernando Uribe Bejarano, un empresario de 74 años que había sido reportado como desaparecido el domingo 6 de abril. Su hermano confirmó la noticia con palabras breves, cargadas de ese dolor que solo se entiende cuando el silencio se vuelve definitivo:

“Esta noticia nos ha dejado devastados y en estado de shock”.

 Pero más allá del duelo íntimo y profundo de su familia —al que no solo respetamos, sino que acompañamos en la distancia—, hay algo que nos sacude como sociedad. Porque Jorge Hernando no es solo una víctima. Es, también, un reflejo de un país donde aún no sabemos muy bien cómo cuidar a los nuestros. Ni cómo reaccionar cuando alguien, de pronto, desaparece.

La suya fue una desaparición silenciosa, como tantas. Ocurrió en una zona urbana, en un barrio residencial, en medio de una ciudad ruidosa. Nadie escuchó, nadie vio. Durante días, se multiplicaron las preguntas, las hipótesis, los ruegos. Y sin embargo, no hubo respuestas. Hasta que apareció un cuerpo, en zona rural, y con él se cerró un capítulo que nunca debió escribirse.

¿Qué tan profunda es la grieta que permite que una persona mayor desaparezca en medio de todos nosotros, sin que nadie lo impida, sin que ninguna alarma suene a tiempo? ¿Qué nos está pasando como sociedad cuando el primer reflejo no es proteger, sino especular o pasar de largo?

Hemos aprendido a convivir con la desaparición como si fuera un accidente más del destino. Pero no lo es. La desaparición —voluntaria o forzada, momentánea o definitiva— siempre es un fracaso colectivo. Es la evidencia más cruel de un Estado que no llega, de unas redes sociales que se agotan en clics, de una comunidad que ha dejado de mirar con ojos atentos a quienes la habitan.

Y es que no se trata solamente de Jorge Hernando Uribe. Se trata de todos los que, como él, desaparecen cada semana sin que sus nombres ocupen portadas. Personas mayores, jóvenes, mujeres, niños. A veces conocidos. A veces invisibles. Todos parte de un engranaje social que se sigue rompiendo sin que reaccionemos del todo.

No podemos seguir normalizando la incertidumbre. No podemos permitir que cada cuerpo hallado sea apenas una nota breve en los medios y un pésame automático en redes. Porque detrás de cada uno hay familias rotas, vidas detenidas, historias arrancadas de raíz. Y sobre todo, hay preguntas sin respuesta que nos pertenecen a todos.

El caso de Jorge Hernando debería dolernos más allá del hecho noticioso. Debería servirnos como espejo. Porque no basta con lamentar; tenemos que transformarnos. Empezar a mirar de verdad. A asumir, con coraje, que la seguridad no empieza ni termina con la policía, sino con el cuidado mutuo, la empatía activa, el compromiso de proteger incluso a quienes no conocemos.

A veces, una desaparición basta para recordarnos que el mundo sigue siendo un lugar frágil.
La pregunta es: ¿vamos a seguir mirando hacia otro lado?

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