Lo que se hunde no es solo un carro: señales ignoradas, vidas en riesgo y una ciudad que pide frenar

Lo que se hunde no es solo un carro: señales ignoradas, vidas en riesgo y una ciudad que pide frenarLo que se hunde no es solo un carro: señales ignoradas, vidas en riesgo y una ciudad que pide frenar
    Foto: Redes sociales

El miércoles en la mañana, un carro particular terminó en el fondo del Lago de la Babilla, al sur de Cali. En el techo del vehículo, dos hombres esperaban ser rescatados. Lo que parecía una escena de película se convirtió en el centro de atención por unas horas. El Cuerpo Voluntario de Bomberos de Cali respondió con pericia: cuerdas, poleas, una máquina de alturas. Nadie murió. Pero el problema no terminó allí.

Cada cierto tiempo, un episodio como este rompe la rutina de la ciudad y nos obliga a mirar el desorden con otros ojos. Pero dura poco. Un titular, un video viral y el comentario trivial: “¡Qué susto!”. Después, el silencio. La ciudad sigue, como si nada.

El hecho ocurrió hacia las 6:00 a.m. en la calle 14 con carrera 106, en pleno barrio Ciudad Jardín. Según el reporte oficial, el joven conductor Marvin David Andrade, de 22 años, perdió el control del vehículo tras quedarse el acelerador pegado. Junto a él iba un acompañante. Ambos fueron rescatados ilesos. Se descartó consumo de alcohol. No hubo heridos. No hubo muertos. Y, sin embargo, hubo señales: muchas que no vimos, otras que nunca se respetan.

Una ciudad que acelera sin mirar

Gracias a Dios no hubo víctimas fatales. Y eso debería ser un motivo de alivio, no de indiferencia. La pregunta no es solo cómo se evitó una tragedia, sino por qué estamos tan cerca de vivir una cada semana. En sectores como Ciudad Jardín, se ha vuelto costumbre ver vehículos que ignoran las señales de tránsito, motociclistas que invaden los andenes, y cebras que ya nadie respeta. Las salidas del barrio se usan como si fueran autopistas: aceleraciones bruscas, giros sin precaución, conductores que no miran más allá del próximo semáforo.

¿Y quién dice algo? ¿Quién detiene esa lógica del apuro sin sentido? Conducir sin conciencia no es solo una falta individual: es un reflejo colectivo de una cultura vial degradada, donde el riesgo es normal y el otro es invisible.

Esta vez fue un carro en el lago. Pero hace apenas una semana, en el barrio Bochalema, otro hecho brutal pasó casi desapercibido. Detrás de la Universidad Autónoma, un joven también de 22 años hizo un giro en contravía. Llevaba consigo a una mujer y a un niño. El accidente fue inmediato. El conductor murió. La mujer y el menor están en cuidados intensivos. Nadie grabó. Nadie viralizó. Pero ese golpe también nos grita.

Lo que se hunde no es solo un carro: señales ignoradas, vidas en riesgo y una ciudad que pide frenar
    Foto: Paulina Arango M

¿Dónde está la cultura ciudadana?

Ambos casos tienen en común algo más profundo que un accidente: son síntomas de una ciudad donde las reglas se han vuelto sugerencias, y el respeto por la vida, una opción. El espacio público se ha vuelto un campo de improvisación, y el manejo, una competencia de astucia, no de cuidado. La cebra, el semáforo, el límite de velocidad, parecen reliquias de otro tiempo.

Y sí, podríamos quedarnos en la indignación puntual. Pero eso sería fácil. Lo difícil, lo necesario, es asumir que la cultura ciudadana no es un eslogan: es un compromiso diario, exigente, colectivo. No podemos seguir formando generaciones que conducen como si estuvieran solos en el mundo, que no comprenden que una imprudencia no se mide en segundos, sino en vidas.

Porque cuando una ciudad no se reconoce en sus normas, no hay planeación urbana que la salve. Porque cuando un joven muere por girar en contravía, y otro cae a un lago sin entender cómo, no estamos ante errores aislados, sino frente a un patrón de negligencia social tolerada.

Lo que se hunde no es solo un carro: señales ignoradas, vidas en riesgo y una ciudad que pide frenar
    Foto: Redes sociales 

Lo que se hunde no es solo un carro

Que el carro haya salido del lago no significa que el problema se haya resuelto. Lo que se hundió allí —y en tantos otros lugares— es la idea de que conducir es solo mover un volante. Lo que flota es la certeza de que algo anda mal, muy mal, en la forma como estamos habitando lo común.

No necesitamos más muertes para entender que la vida urbana debe ser repensada desde la empatía, el respeto y la responsabilidad. Que el peatón no es un estorbo, sino el centro. Que la cebra no es pintura, sino protección. Que frenar a tiempo no es debilidad, es conciencia.

La ciudad nos está hablando. La pregunta es si vamos a seguir acelerando o si, por fin, vamos a aprender a mirar antes de avanzar.



Por: Paulina Arango M









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