En un giro irónico y elocuente, los mismos fabricantes chinos que por décadas han sido tratados como actores invisibles en esta cadena han comenzado a hablar. Y lo que revelan no solo compromete la legitimidad moral de estas casas de lujo; también obliga a repensar, desde nuestra realidad nacional, los efectos devastadores de una globalización mal regulada y ciegamente aplaudida.
Cuando el lujo también es manufactura barata
Las recientes declaraciones de fabricantes asiáticos, en particular chinos, han sacado a la luz un secreto industrial conocido pero nunca admitido con franqueza: una parte significativa de las marcas de lujo occidentales producen sus artículos en fábricas del sudeste asiático, muchas veces en las mismas que confeccionan productos para mercados populares, a costos irrisorios y bajo condiciones de maquila.
Lo grave no es solo el ocultamiento deliberado —la hipocresía de etiquetar como “hecho en Italia” lo que fue ensamblado en Guangzhou—, sino el impacto sistémico de esa práctica en los países que sí han intentado construir industrias formales, con calidad, con empleos dignos y con esfuerzo. Colombia es uno de ellos.
Colombia: una industria herida, pero no vencida
Nuestro país sabe, de manera amarga y persistente, lo que significa enfrentar una competencia desleal. No lo decimos desde la nostalgia ni desde el victimismo. Lo decimos desde la experiencia concreta de cientos de empresarios del sector textil y marroquinero que, durante las últimas dos décadas, vieron cómo sus fábricas se vaciaban, sus máquinas se oxidaban y sus nóminas se reducían a la mínima expresión, mientras el mercado se inundaba de productos importados a precios imposibles de igualar sin renunciar a la dignidad laboral.
Los productos chinos llegaron con precios tan bajos que, incluso con aranceles, eran más baratos que los nacionales. ¿Y cómo no? Si el costo de producción se reducía a costa de jornadas laborales excesivas, evasión de cargas sociales y ausencia de controles reales. En contraste, el empresario colombiano debía pagar salarios, seguridad social, impuestos, cumplir con normas ambientales y estándares de calidad. En esa carrera, era evidente quién ganaría. Pero el precio del “triunfo” fue la quiebra de cientos de talleres, el desempleo de miles de trabajadores y la pérdida de saberes que nos identificaban como industria.
Resistir con calidad: los que se negaron a ceder
Y sin embargo, algunos resistieron. No desde la comodidad ni con privilegios, sino con tenacidad. Empresarios colombianos del cuero, del calzado, de la confección, eligieron lo difícil: mantener su producción en el país, preservar empleos, invertir en diseño, asumir la ética como parte de su marca. Hoy, contra toda lógica de mercado global, muchas de estas empresas no solo sobreviven, sino que se reinventan.
Ellos son prueba viviente de que sí es posible ofrecer calidad sin sacrificar principios. Pero también son prueba de que el esfuerzo individual no basta. Sin un entorno que los proteja, sin un Estado que los reconozca como pilar productivo, esa lucha seguirá siendo desigual.
¿Y el Estado? Un llamado a la coherencia política
Es hora de que el Gobierno Nacional deje de mirar hacia otro lado. Que entienda que apoyar al empresario no es sinónimo de favorecer élites, sino de sostener el empleo, la innovación y la soberanía productiva. Que los tratados comerciales no deben firmarse con fe ciega, sino con un análisis profundo de sus consecuencias en el tejido económico local.
No podemos seguir subsidiando el consumo de productos extranjeros mientras se asfixia al productor nacional. No podemos hablar de “emprendimiento” mientras se ignora al empresario que ya genera empleo formal y paga sus obligaciones. El discurso debe dejar de ser decorativo y convertirse en política concreta.
Un nuevo pacto por la industria nacional
Lo que han revelado los fabricantes chinos sobre el lujo occidental no es solo una anécdota exótica. Es una evidencia clara de un sistema desigual y profundamente contradictorio. Nos muestra que detrás del glamour también hay explotación, que detrás de la etiqueta también hay mentira. Y, sobre todo, que la narrativa de superioridad de ciertas economías es más frágil de lo que se pensaba.
Colombia tiene el talento, el diseño, la creatividad y la disciplina productiva para construir una industria fuerte. Lo que falta es voluntad política. Necesitamos un pacto serio entre Estado, empresarios y ciudadanía para volver a creer en lo hecho en Colombia. Para defender, no con proteccionismo ciego, sino con inteligencia estratégica, lo que aún nos pertenece: nuestra capacidad de hacer bien las cosas, desde aquí.
Redacción de RMC Noticias
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